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Por Jorge Sáenz

La crisis planetaria que actualmente nos agobia, sumada a la delicada situación interna en que nos encontramos, han sumergido a nuestro país en una profunda incertidumbre donde está en juego el futuro de la Nación. Hace exactamente dos siglos, la situación político-militar de las Provincias Unidas era sumamente crítica, y sentimientos similares a los actuales embargaban a los patriotas por motivos de distinta naturaleza. En 1819, un conjunto de graves amenazas convergían dramáticamente sobre las Provincias Unidas, que comprometían seriamente la continuidad de nuestra independencia.


En esos momentos, el Gral. San Martín se hallaba en Chile dando los toques finales al plan de desembarcar en las costas peruanas, buscando derrotar a los realistas en su último bastión. La falta de fondos suficientes lo tenía sumamente preocupado. Era ésta una característica común de las operaciones militares patriotas, debido a la falta de compromiso y persistencia en los objetivos del gobierno central, que se había desentendido completamente de la importante operación militar a realizar en el Pacífico. En ese momento San Martín mantenía una mala relación con el Alte. Thomas Cochrane Jefe de la Escuadra, porque el marino inglés buscaba asumir el mando integral de las operaciones, y se mostraba poco colaborador. Las adversidades no terminaban allí, porque las persistentes protestas por falta de pago de los tripulantes de los barcos, comprometían seriamente la posibilidad de concretar la operación anfibia. Esta situación llegó a conocimiento del Virrey de Lima Gral. Pezuela, por medio de la Gaceta de Santiago, periódico que solían traer los tripulantes de los barcos mercantes británicos provenientes de Valparaíso. 


Según relata en sus Memorias, el virrey estaba convencido de que San Martín suspendería la operación anfibia sobre el Perú, para cruzar la cordillera con su ejército para sofocar las rebeliones del Litoral. No obstante esos inconvenientes, San Martín continuaba con su plan haciendo correr versiones engañosas sobre el sitio de desembarco, de la misma manera que lo había hecho antes de cruzar los Andes en febrero de 1817. Estas noticias confundían de tal manera al virrey, que no le permitían decidir qué hacer y dónde concentrar las unidades militares para rechazar la operación anfibia si llegara a concretarse. El virrey disponía de un importante ejército, porque sumando los efectivos disponibles en Lima, en la montaña, y en el Alto Perú, alcanzaba la no despreciable cifra de 22.000 hombres para oponerse a los 4.500 efectivos bajo las órdenes de San Martín. Las fuerzas realistas estaban distribuidas en tres lugares distintos: en la costa, por la amenaza anfibia; en Tupiza, preparándose para realizar una ofensiva hacia el Sur; y en la montaña, desde donde podía incidir sobre la costa o sobre el Alto Perú. Si el Virrey Pezuela no lograba conocer el lugar del desembarco, se vería obligado a distribuir sus efectivos en los sitios probables, opción que debilitaría sensiblemente la defensa costera.

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